Caos :: Christine Buci-Glucksmann


“Se crean nuevas modalidades de subjetividad de la misma forma que un pintor crea nuevas formas a partir de la paleta de que dispone”

Que la subjetividad no sea ni una donación ni una identidad, sino siempre una “heterogénesis” múltiple, que el yo sea por él mismo y por los otros un “ser-nómada” mutante, que pueda escapar de los dos peligros de nuestro presente: la “reterritorialización conservadora” de todos los integrismos y la parcelación-división dolorosa de un sí fragmentado, sin imagen ni envoltura, definit de entrada una suerte de cartografía de la existencia donde las “maneras de ser” están siempre ligadas a “universos virtuales”. Quizás es por esto por lo que Caósmosis, el último libro de Félix, es también aquél que más me impacta: la actividad cartográfica funciona allí como un autorretrato de pintura, con toda su paleta de afectos y perceptos, de “carne sensible” y de “materia de lo sublime”. Porque esta subjetividad plural y polifónica estaba bien hecha/constituida de “ritornelos”, y la nuestra, amistosa y discontinua, está siempre extrañamente desarrollada “en otra parte”.

En Italia, en Roma incluso, en la amistad pasajera de Laura Betti y el recuerdo omnipresente de Pasolini. Incluso en París, en el que nos reuníamos, fuese militante o más festivo, Italia estaba siempre presente, como uno de los “universos virtuales” de Félix, una suerte de convivencia de gestos, de ritmos y de “formas de ser” donde los flujos siempre están cerca de las formas. En el fondo, en este autorretrato imaginario de Caósmosis, esta Italia-ahí sería a la vez “un foco enunciativo” y una suerte de “auto-alteridad” propia dispuesta a revelar los aspectos “caosmóticos” de la existencia. Frente al Estado francés, representaba una de las formas del “caos democrático”.

Pero toda caósmosis es como Janus, de doble filo, de doble cara. Si no se impulsan ahí “complejos de semiotización”, la caósmosis implosiona, banaliza el fascismo y engendra ese “imaginario de eternidad”, sin pasado ni futuro, propio de los medias. Por falta de diálogo y de polimorfia dinámica engendrando sentidos y singularidades, el cuerpo “caósmico” deviene puramente “caótico”, entregado a todos los prejuicios, los conformismos, los delirios y los desechos muertos. También, entre lo caótico y la caósmosis, aprovechando una palabra enteramente joyiciana, “la ósmosis” estética des-petrifica las subjetividades y los mundos, creando un modelo para la libertad y las alteridades renovadas.

Si la psicosis se exige un acceso directo y pathico a la caósmosis en el interior de una fractura y de un colapso del sentido -el modelo estético, puesto que trata entre el caos y la complejidad- sería todo a la vez el cristal y el porvenir. Porque la estética aquí no es solamente la de una obra, más bien las obras mismas testimonian, de Cézanne a Klee, de Malévitch a Eva Hesse, una doble extensión en “el ser-calidad heterogénico” y en “el ser materia-nada”.

La caósmosis estética es un nuevo modelo de complejidad que elimina todas las oposiciones binarias entre orden y desorden, sujeto y objeto, ser y estando, alma y cuerpo. Pliegue del infinito y del finito, maquina fractal, nos reenvía a un divisible de los afectos que roza siempre su indivisible. Aquí, la potencia estética del sentir, lo pático, es ontológico. Su orquestación, su ritmo y sus ritornelos alzan una verdadera “semiótica preverbal”, esas “sensaciones confusas que traemos al nacer” de las que habla Cézanne. Si bien en las grandes transversalidades de dominios abiertos por Caósmosis, esta estética del sentir donde la forma se inventa en cosmogénesis, en bloque de afectos-perceptos, en pluralidades de universos reales y posibles, se explicita en una cartografía ontológica donde la infancia es ese territorio primero que no nos pertenece nunca y donde la existencia se es negociada una primera vez sin nosotros. Esta potencia del “eterno retorno al estado naciente” propia en el arte, donde todo es “siempre empezar desde cero al punto de emergencia cósmica”, se parece para mí, a Félix. Una gran mirada azul-verde de infancia preservada, una capacidad siempre renovada de crear subjetividad, de salir de la grisalla por un devenir otro, intenso, multiplicando imágenes y acontecimientos.

*Traducción realizada por Bufu del artículo de Christine Buci-Gluksmann, Caos, publicada en la Revue Chimères.